Mi historia en Paris (parte I)

 


Enamorada de una ciudad en la que viví el año y medio de mayor enriquecimiento cultural y académico de mi vida. 

Perfeccionar una lengua, aprender de una sociedad tan distinta (no te dejes engañar porque sea Europa, su idiosincrasia es sustancialmente diferente a la de la sociedad española), palpar otros olores, sabores y colores; embriagarme de su historia en cada rincón de sus calles... endurecerme ante su exigencia y sus fallos de guión, enamorarme de su inteligencia y su posición en el mundo... y así podría seguir sin pausa. 

Mi historia de amor con esta majestuosa ciudad pudo haber sido agridulce, pero mi mente y mi cuerpo sólo recuerdan los momentos maravillosos que pasé allí a mis 20 años. 

Arrivée en la estación de Galieni un día cualquiera de septiembre de 2010 a las 6 de la mañana, con una enorme maleta que guardaba lo que iba a necesitar ese año... al menos eso pensaba yo, jajaja. En realidad podría haber llegado sin nada porque lo que iba a necesitar en esta ciudad no tenía nada que ver con lo que llevaba en esa maleta, pude haber prescindido perfectamente de aquello. 

A eso de las 6:30 de la mañana me vi en una calle parisina de cuyo nombre prefiero no acordarme constatando que el apartamento que presuntamente había reservado (previo pago de fianza desde España, claro está) en realidad no existía. Creo recordar que, lejos de enfadarme, sonreí con cierto sarcasmo y pensé "ya tengo la excusa perfecta para un chocolat au lait en una patisserie". El siguiente recuerdo que tengo de esa mañana es estar sentada en una pastelería francesa con mi chocolate caliente y mi tartaleta de fresas mientras los dos pasteleros/camareros del local no dejaban de mirarme extrañados, como es lógico. 

Tras andar con la maleta a cuestas y preguntar a algunos amables parisinos, terminé entrando en un hotel pequeñito, en la zona de Oberkampf, de apariencia asequible para una estudiante de 20 años. Reservé una habitación por unos 20 ó 25 euros la noche y resuelto al menos de momento el problema del alojamiento, me dirigí extasiada a visitar la famosa Torre Eiffel, el monumento que tantas veces había visto en mis libros de historia en la ciudad que siempre me había inspirado una enorme curiosidad porque soy una gran enamorada de la historia de la Revolución francesa. 

Recuerdo que mientras viajaba en ese metro todo el disgusto se había difuminado de mi mente y no podía pensar en otra cosa que no fuera en ver este emblema de la ciudad del amor. Cuando salí del metro seguía extasiada, tenía prisa por llegar, por verla, la ilusión que sentía por visitarla superaba con creces cualquier obstáculo o sorpresa desagradable en ese momento... bajé del metro y aún recuerdo con claridad que los minutos que tardé en llegar a ella me parecieron eternos, aceleré el paso y la sonrisa de mi cara se dibujó sola cuando vi al primer vendedor de esos pequeños llaveros de torre eiffel que anunciaban a gritos que estaba llegando... hasta que por fin la vi, majestuosa, imponente, fuerte sobre sus hierros; primero me deslumbré, luego me emocioné (sí, aún más), después me reconforté... pero en esos minutos supe que esa ciudad me iba a dejar huella. 

Hice la cola, larga, muy larga, compré la entrada y haciendo acopio de valor, vencí mi vértigo para subir la altura de la torre. La vista desde arriba era simplemente maravillosa... 

Continuará... 

Muchas gracias por leerme ;) 

Bisous de La Beauté. 

 

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